En el ámbito empresarial, la toma de decisiones es un proceso constante y crucial que determina no solo el éxito de la organización, sino también su impacto en las personas y la sociedad. La prudencia, tal como la describen los clásicos, es una virtud esencial para quienes ejercen liderazgo, ya que les permite orientar sus acciones hacia lo bueno y lo justo, combinando racionalidad, ética y eficacia.
La prudencia: mucho más que cautela
A menudo se confunde la prudencia con la simple precaución, o incluso con la indecisión. Sin embargo, en la tradición filosófica tomista, la prudencia es la virtud que dispone a la razón a descubrir correctamente cuál es el mejor camino para alcanzar un determinado bien, es decir qué conviene hacer aquí y ahora. Santo Tomás la define como «recta ratio agibilium» (la recta razón aplicada al obrar). No se limita a prever peligros o evitar riesgos, sino que busca encontrar el curso óptimo de acción, equilibrando los fines propuestos y los medios empleados.
En el contexto empresarial, la prudencia no implica postergar decisiones importantes por temor al error, sino garantizar que las decisiones sean informadas, eficaces y orientadas al bien común.
Los elementos de la prudencia en la dirección empresarial
Entre otros elementos, la prudencia en el proceso directivo debe contar con;
- Memoria: capacidad de aprender de experiencias pasadas, tanto propias como ajenas, para evitar repetir errores y aprovechar las lecciones previas.
- Docilidad: apertura a escuchar y considerar consejos y opiniones de los demás, entendiendo que nadie posee todo el conocimiento.
- Precaución: habilidad para prever y anticiparse a las posibles consecuencias de las decisiones.
- Circunspección: Evaluar cuidadosamente las circunstancias y contextos específicos antes de actuar.
- Cautela: Identificar y evitar posibles errores o desviaciones en el proceso.
Un directivo prudente integra estos elementos en su análisis y evita caer en decisiones impulsivas, superficiales o exclusivamente orientadas por criterios económicos.
Decisiones con valor ético y racional
Decía Pérez López, parafraseando a la corriente aristotélico-tomista, que las decisiones empresariales (en realidad cualquier acción libre y voluntaria) pueden arrancar de tres tipos de motivos:
- Motivos extrínsecos: el bien que se busca es un resultado externo a la acción misma (por ejemplo, dinero, estatus o aprobación).
- Motivos intrínsecos: el bien deseado se logra como consecuencia directa de la acción (el resultado de estudiar es aprender, no depende de otras acciones o personas, solo de estudiar)
- Motivos trascendentes: la acción se realiza buscando el bien que la acción genera en otras personas, independientemente del beneficio propio.
Solo la prudencia permite jerarquizar estos motivos, que siempre están presentes, para evitar que los directivos actúen únicamente en función de indicadores de corto plazo o de intereses personales. Una decisión prudente contempla tanto los resultados medibles como los efectos en las relaciones humanas y la cultura organizacional.
La prudencia en la toma de decisiones empresariales es un antídoto contra el cortoplacismo y la arbitrariedad. Pero la prudencia no es una habilidad innata y no se pude comprar. La prudencia es una virtud que se cultiva mediante el aprendizaje, la reflexión y la experiencia. Desde esta perspectiva, el método del caso, herramienta valiosísima, es la metodología de enseñanza-aprendizaje que usamos en IDADE Management School para el perfeccionamiento directivo. Porque las buenas decisiones no se improvisan.
Autor:

Francisco Javier González, PhD.
Director Académico IDADE