Tomar decisiones éticas en un mundo de incertidumbre: el desafío del nuevo directivo.
El mundo actual exige una nueva forma de liderazgo. Las crisis económicas, los conflictos geopolíticos, la revolución tecnológica, la polarización social o el cambio climático, entre otros eventos del panorama actual, no solo configuran un entorno empresarial volátil, incierto, complejo y ambiguo (VUCA), sino que también cuestionan los marcos tradicionales de toma de decisiones. La dirección de empresas ya no consiste solo en perseguir objetivos económicos, sino en sostener el rumbo ante la incertidumbre y responder con responsabilidad a los retos sociales y medioambientales.
En este contexto, la ética no puede verse como un complemento estético o un adorno reputacional, sino como parte estructural del liderazgo. Igual que una embarcación necesita una quilla profunda para conservar la estabilidad en medio del oleaje, los directivos necesitan una base ética firme que dé solidez a sus decisiones. La quilla no se ve, pero es la que impide que el barco vuelque. La ética cumple esa misma función: no siempre es visible, pero sostiene la integridad de la acción directiva cuando los vientos cambian y las decisiones se vuelven difíciles.
Pero, ¿cómo se consigue esta estabilidad que aporta la ética? No basta con memorizar normas o recitar valores corporativos. Se trata de desarrollar una actitud ética anclada en tres capacidades fundamentales: ver con claridad los dilemas éticos, deliberar con otros, y cultivar virtudes personales que configuren un carácter sólido.
Ver: aprender a detectar los dilemas éticos
El primer paso para decidir bien es ver bien. Muchas decisiones empresariales que parecen técnicas o neutras esconden dilemas éticos importantes. La reducción de costes, la automatización de procesos, el tratamiento de datos o la gestión de crisis pueden afectar profundamente a personas, comunidades o al entorno, aunque esas consecuencias no sean evidentes a primera vista.
En un entorno de incertidumbre, donde los criterios tradicionales resultan insuficientes, es clave desarrollar la sensibilidad para identificar los valores en juego, anticipar impactos y detectar posibles conflictos entre lo legal, lo posible y lo correcto.
Deliberar: no tomar decisiones en soledad
La segunda actitud ética es la disposición a deliberar con otros. En medio de la complejidad, ningún líder tiene todas las respuestas. Decidir bien implica dialogar, contrastar perspectivas y estar dispuesto a cuestionar las propias intuiciones.
Las organizaciones que promueven una cultura de confianza, donde se pueden compartir inquietudes éticas sin miedo, están mejor preparadas para afrontar desafíos. La ética no es un ejercicio individualista, sino una práctica que se fortalece en
comunidad. Deliberar con otros permite tomar decisiones más prudentes y generar compromiso colectivo.
Cultivar virtudes: formar el carácter del líder
Nada de esto será sostenible sin una tercera dimensión: el cultivo de virtudes personales. La ética se apoya en el carácter. Las decisiones difíciles exigen más que conocimiento: requieren templanza ante la presión, fortaleza para sostener principios, justicia para ponderar los intereses en juego, y prudencia para elegir el mejor curso de acción en escenarios ambiguos.
Estas virtudes no surgen por casualidad. Se entrenan en la práctica diaria, en los pequeños actos que configuran el modo de ser del directivo. Igual que la quilla debe estar integrada en la estructura del barco desde el principio, el carácter ético debe formar parte del liderazgo desde sus cimientos.
Una ética estructural, no cosmética
Este enfoque ético no es una cuestión de imagen ni de cumplimiento mínimo: es una fuente de estabilidad profunda. Las empresas sostenidas por una cultura ética están mejor preparadas para afrontar la incertidumbre, porque cuentan con una orientación clara y con personas capaces de actuar con sentido, incluso cuando los manuales no ofrecen respuestas.
Por eso, formar directivos con esta visión ética no es un lujo, sino una necesidad estratégica. Las escuelas de negocios que integran una vertiente humanista en sus programas están respondiendo a esta urgencia: ofrecer a los líderes actuales y futuros herramientas para tomar decisiones acertadas no solo en lo técnico, sino también en lo humano.
En un mundo lleno de oleaje, la ética no es la vela que nos impulsa ni el timón que elegimos en cada maniobra. Es la quilla que mantiene el equilibrio del barco y permite avanzar sin zozobrar. Allí donde la presión es alta y las certezas escasean, un liderazgo con fondo ético marca la diferencia entre capear el temporal y avanzar con rumbo firme.
En definitiva, si queremos directivos capaces de afrontar con sensatez los retos del presente y de construir un futuro prometedor, necesitamos ofrecerles una formación que complemente las competencias técnicas con una visión profunda de la persona, de la sociedad y del sentido último de la empresa. Solo así sus decisiones tendrán raíces firmes, capaces de sostener la acción incluso cuando todo lo demás tambalee.

Joan Fontrodona
Profesor y Director del Departamento de Ética Empresarial y Titular de la Cátedra CaixaBank de Sostenibilidad e Impacto Social, IESE Business School. Profesor Invitado Internacional, IDADE Management School.